Tuesday, November 08, 2005

¿QUIEN PODRIA QUERERLAS MENOS QUE YO?

Me han dicho de todo últimamente; desde pervertido, raro, pesimista, que no bebo todo lo que digo... hasta cursi, pero ahora me salieron que todos mis textos cursis son para aparentar ser "buen gente". Vaya... nada les parece, resulté ser el pose tipo que escribe palabras dulces para conquistar mujeres. Ja, si supieran lo difícil que me es decirles: salimos, si no lo hago escribiéndoles algo (cursi, feo, guarro, o como sea), al momento de estar frente a ellas, me sudarían las manos, correría al baño por las ganas de orinar o le daría muchas vueltas al "asunto". Para esas cosas de las chicas, ni con mis años paseando y diciendo jaladas delante de "serios" investigadores de Neurociencias me pueden ayudar a "conquistarlas", es más, ¿alguna vez he conquistado a una de ellas?. La Miss Courtney... Aye o Karina, las "conquisté" o ellas a mí; algunas otras personas se enamoran de... mi mask... del "amor" que demuestro a alguien más, ja... como Lilia, que "me necesitaba hasta para respirar". Dicen que soy peligroso, por lo cursi, por lo ebrio o no ebrio, por lo pervertido, hasta por lo que no escribo; como dice Sabines, ¿quién podría quererlas menos que yo?

Cuando salí del hospital, yo bien indignado le mandé ese poema a Ayesha... ella se indignó peor, dejé las palabras cursis y pasé a duros comentarios en una carta de despedida, hice mal, no era la forma, pero al final... el poema era exacto, encajaba muy bien en como me sentía; la verdad es que no bebo tanto, no soy tan amargado, ni un gran tipo y menos tan cursi como para no poder lastimar y joder a alguien con un "simple poema"...

Te quiero a las diez de la mañana Jaime Sabines
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce
del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en
las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando
me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en
el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a
odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás
hecha para mi, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre,
que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en
donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú
vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un
instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que
tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días
también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena
como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo,
me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante
mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor
mío?